¿Y DÓNDE ESTÁ EL SANCOCHO?

¿Y DÓNDE ESTÁ EL SANCOCHO?

Manuel José Montero Vizcaino




A pesar de lo recóndito y olvidado que permanecían algunos de los pueblos de nuestro departamento, en muchos de ellos se escribió en la memoria histórica, un pasado agradable con momentos que hacían olvidar la reciedumbre y el agotador trabajo de los que labraban la tierra en busca del sustento diario en un mundo en que se inmortalizaban innumerables recuerdos. Esos importantes momentos, por un instante en el tiempo, hacían traslucir la habilidad y la inagotable creatividad que ponían a prueba muchos de sus habitantes. 

Para la época era costumbre, aun cuando no muy frecuente, organizar fiestas o parrandas para dejar en el olvido la marca de aquellas pesadas jornadas de trabajo. De cada fiesta quedaba impregnada una historia, un recuerdo, un hecho enmarcado en lo impensable. 

El Playón de Orozco un pueblo ubicado en el corazón del departamento, alejado del quehacer citadino, por años se mantuvo como una aldea inédita, muy pequeña de tamaño, pero con evocaciones que nunca se podrán repetir aun cuando el tiempo lograra retroceder hasta sus inicios. Allí vivieron por años parte de mis ancestros los cuales hicieron y presenciaron historias genuinas y cargadas de sagacidad y astucia. 

En cierta ocasión se organizó una fiesta para celebrar un matrimonio de los pocos que para la época se acostumbran a realizar, no solamente por el reducido tamaño de la población, sino también, porque la gran mayoría de ellos tenían su origen en una costumbre alimentada por ego tradicional en el cual preservar la honorabilidad era cuestión de dignidad; cuando alguien se "sacaba" una muchacha, su padre hacia respetar la honra de la familia obligándolo a casarse así fuera en contra de su voluntad siempre y cuando la muchacha conservara su virginidad, de lo contrario, era devuelta una vez se detectaba lo que para la época se consideraba un engaño. Estos matrimonios se caracterizaban por largos festejos que podían durar hasta tres días: el primer día era la celebración de la boda, en el segundo se protocolizaba el matrimonio y en el tercero, se seguía la rumba, al tiempo que se consumaba la unión, hasta agotar la última reserva del cuerpo de los invitados. 

Como era costumbre, no podía faltar el sancocho de gallina criolla en cada fiesta, como el elemento central y muy esperado por todos, después de una jornada de baile al ritmo de los pickups de la época compuesto por dos bocinas, un tocadiscos y un motor el cual generaba la energía eléctrica que, a lo sumo, alcanzaba para poner en funcionamiento el equipo, más dos bombillas: una en la puerta de la casa y otra en el patio. 

Se dio inicio a la fiesta y también al sancocho en un viejo fogón de piedra atiborrado con leña por los tres lados para mayor volumen de fuego. Nadie imaginaba que detrás del noble propósito de darles a los invitados un plato exquisito, había intenciones malsanas de cambiarle el destino. Era costumbre de un grupo de atrevidos parranderos en el pueblo, diestros en ese tipo de actividad ilícita, de entrar a los patios y tomar lo que con sacrificio y abnegación criaban algunos habitantes para su sustento. 

Cuando ya el sancocho estaba listo, separaron la leña de la olla y solo dejaron las brasas para que se mantuviera caliente al momento de la servida. Continuaron el baile hasta esperar la hora del reparto. Uno de los presentes, salió sigilosamente de la fiesta y entró por la parte trasera del patio, saltando una cerca vieja atropellada por el trajín de los años, aprovechando la oscuridad de la noche y la entretención de los invitados, tomó la olla de la sopa y la trasladó a un sitio del cual solo él más tarde podía identificar. Una vez consumado su acto, regresó a la fiesta como si nada hubiera pasado. Pero el intrépido "roba sancocho" no se percató que otro con sus mismas habilidades lo seguía muy de cerca de una manera silenciosa hasta el escondite sin que éste se percatara. El osado observador muy sagazmente tomó el sancocho robado y lo trasladó a otro sitio el cual consideró que nadie podía encontrar; regresó también a la fiesta disimulando su acción. 

Una vez se prendió la alarma y aprovechando la confusión en la fiesta por la pérdida del sancocho, ambos "ladrones" salieron cada uno por su lado a disfrutar de su atrevimiento llegando cada uno al sitio supuestamente oculto; el primero, a buscarlo donde lo había dejado, con la desilusión que al llegar al sitio no encontró la olla; el otro actor convencido de que encontraría su objetivo en la segundo sitio de transposición, se llevó también una sorpresa desagradable, el sancocho no estaba donde lo había dejado.  

Y entonces, ¿Dónde está el sancocho? 

Ese enigma indescifrable, en medio del silencio cómplice de los dos personajes, permitió deducir que un tercer actor, sin arriesgar su identidad, que hasta ahora sigue siendo misterio, disfrutó el esquisto manjar del que sin mucho esfuerzo se apropió. 

Paradójicamente en el pueblo se percibía sensación de que se trataba de un ladrón honrado como en la canción de Escalona puesto que los hechos posteriores permitían deducir que no lo hacía por necesidad sino por diversión o placer, teniendo en cuenta que a la semana siguiente llegó un sobre a la inspección de policía sin identificación del remitente, con el dinero equivalente valor de la gallina y el cual contenía un mensaje manuscrito que decía: "Entréguese a la dueña de la gallina". De la olla no se supo más nada. 

La denuncia llegó el día siguiente la inspección de policía del pueblo; el inspector un poco confundido y sin muchas evidencias para arrestar a los cleptómanos, exclamó en tono de impotencia: "Nojoda este caso está como para una novela". Algunos en el pueblo decían sarcásticamente haciendo alusión a un viejo refrán y para hacer más pintoresca la acción: "ladrón que roba a ladrón, tiene cien años de perdón".

2 comentarios:

  1. Esas historias que parecen sacadas de la imaginación, tienen asidero en la realidad. Un mundo de anécdotas para la eternidad.

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La poesía es:
decir las cosas de una manera hermosa y describir la vida sin límites ni medida.