DOS VIDAS Y UN SOLO SUEÑO
Después de una revisión exhaustiva al devenir de mis años, encuentro un cierto privilegio que solo disfrutamos los que hemos experimentado la convivencia en dos espacios existenciales diferentes: el campo y la ciudad. En medio de las limitaciones y dificultades que han acompañado este periplo, pude sortear y aprovechar el traumático pero enriquecedor tránsito de la ruralidad al urbanismo, del sosiego pueblerino al caos citadino y del éxtasis de la naturaleza virgen al estruendoso y congestionado modus vivendi de la metrópoli, dos escenarios claramente diferenciados y diametralmente opuestas en su dinámica, pero complementarios en su interrelación.
Es así como en esa primera etapa, desde la infancia hasta la adolescencia, mi perfil se fue construyendo en medio del rigor de una vida provinciana y estirpe esencialmente campesina; allí disfrutaba de largas correrías en la antigua zona veredal de mi pueblo natal, sobre caminos pedregosos, faldas montañosas y empinadas donde, a lo sumo, se podía transitar a pie o a lomo bestias. Eran esas rutinarias andanzas del monte al pueblo y del pueblo al monte observando la majestuosidad del entorno paisajístico e inspirador que ofrecía la naturaleza, sobre la cual se podía vivir cada instante como si fuera el final.
En esas jornadas matutinas y vespertinas, me fui convirtiendo en un soñador inspirado en el deseo de superación, sobreponiéndome a las limitaciones y al sacrificio de no disfrutar, por espacios prolongados del año, de la cercanía de mis amigos, de las recordadas tertulias nocturnas de infancia, como tampoco compartir con ellos mis sueños, vivencias y anécdotas. Ese fue el aprendizaje más enriquecedor de mi vida, allí me apropié de cuatro pilares que han sido el soporte de mis valores y mi forma de actuar: la humildad, el respeto, la resiliencia y la adaptabilidad a contextos diferentes; aprendí también a luchar por un sueño sin desmayo aún a costa del sacrificio y momentos difíciles.
Los años siguientes a ese fructífero pasado, saliendo de la pubertad, mi vida fue dando un giro fundamental marcada por el deseo de consolidar una ilusión y un proyecto de vida; fue necesario, entonces, adaptarme e involucrarme en un mundo citadino de costumbres distintas y de oportunidades diferentes que me dimensionaron hacia un ser con pensamiento global y menos romántico. Esa nueva experiencia fue consolidando en mí un perfil comprensivo y con una visión racional e incluyente; aprendí a desempeñarme en diferentes contextos siendo menos exigente y más tolerante.
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La poesía es:
decir las cosas de una manera hermosa y describir la vida sin límites ni medida.