LO QUE PUDO SER

Añoranzas de una juventud inédita

Manuel José Montero Vizcaino

* Foto tomada de Internet

Aquella mujer cálida, audaz, agradable, de mirada viva y sonrisa llena de esplendor, un día de un primaveral mes de julio, decidió doblegar su orgullo altivo para dejar traslucir su corazón transparente, excitante ante el desafío y rebosante de nobleza, de la cual solo brotaban ríos de pasión que hacían vibrar hasta el más insensible de los mortales.

Aquella tarde fue el nacimiento de un sentimiento fugaz y el ocaso de un idilio frustrado; fue el amanecer y el anochecer cubiertos en un mismo instante, como si el mundo fuera una estrella de diciembre que aparece, pasa y luego se desvanece en el firmamento, o como la nube que rosea las montañas y luego el sol implacable la extingue, como el arco iris que flamea orgulloso su fascinante gama de colores y desaparece en el horizonte adimensional del infinito. 

El tiempo implacable borró las huellas del recuerdo, sin que prevaleciera la pasión sobre el inexorable ocaso, como si cada segundo de ese instante se hubiera detenido en el espacio infinito de la añoranza. Ese mismo tiempo, fue testigo mudo del frenesí y también verdugo del adiós de lo que pudo ser y no fue, que flameó en una llama ardiente de pasión desafiando en un santiamén la atroz adversidad.

Al final, solo la magia del recuerdo en una construcción retórica del pensamiento, pudo sobreponer ese idilio fugaz a la crueldad del olvido.

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